"Porque, aunque pusieron silencio a las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales con más libertad que las lenguas suelen dar a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado..." - Cardenio
miércoles, 30 de enero de 2013
Si tuviéramos que establecer un parámetro,
diría que tres conejos blancos con reloj
no serían suficientes para describir la
prisa que tenía en ese momento. Salía del
trabajo, ocho horas de mover cajas y atender
personas descontentas con sus vidas mediocres,
personas que no saben que su vida es mediocre
porque siempre están descontentas.
Corría, corría porque debía estar a tiempo
para mi clase, la primera clase de éste,
mi último año.
Pasaría una vida entera hablando sobre la vida
que he vivido en los pasillos y los patios de
la Universidad. Mientras corría codo
a codo con el tiempo en una carrera en la cual
claramente tenía la desventaja, recordé un montón de
cosas que, por gracia del tiempo nuevamente,
tenía archivadas para cuando la preocupación
del trabajo (Que era, básicamente, llegar a
dormir por las noches, para levantarme temprano en
las mañanas) me dejara
un espacio.
Corría como si no sintiera cansancio,
aunque mi cuerpo me pedía a gritos que me detuviera.
Llegué a la puerta principal de mi alma mater,
con unos minutos de sobra y con una disposición
mucho más grande que el instante que había ganado
para recuperar el aliento.
Al entrar, divisé a lo lejos un grupo de personas
extrañamente familiar: Mis amigos de siempre
(O quizá, no tan de siempre...), todos agitados
con la fiebre del inicio de un nuevo período académico,
hablando de sus vacaciones, de sus amores, de sus
desamores y de sus vivencias.
Entre ellos, estaba ella. Al darme cuenta quise
retroceder, pero era demasiado tarde, pues me había visto
y se dispuso a saludarme mientras se acercaba a mi dando
pasos veloces.
En mi confusión y desconcierto, di la vuelta rápidamente
y volví a correr con la prisa de más de 3 conejos blancos
con relojes, y ella corría detrás de mi... ¿Por qué me seguía?
¿Por qué corría de ella?
No lo sé, simplemente seguí corriendo. Tanto así,
por tanto tiempo y tanta distancia, que en el horizonte
mi casa se hacía cada vez más grande.
Mis pies sin siquiera preguntármelo
me condujeron hasta aquel lugar que era como un templo,
como un refugio donde podía estar solo conmigo y nadie más.
Me detuve unos segundos y miré hacia atrás, ella continuaba
siguiéndome. No tuve tiempo para pensarlo y seguí corriendo...
Una vez atravesando aquellas puertas estaría a salvo... ¿A salvo de qué?
Logré llegar, no hay que mencionar el lío
para encontrar las llaves, abrir la puerta,
entrar y cerrarla en el momento exacto en el que ella llegaba
hasta el corredor.
La oí golpear un par de veces, y la única respuesta que obtuvo
de mi fue un instantáneo "Dame un momento" (Últimamente, una muletilla
muy común en mi), pero ¿Qué haría en ese momento, o cuánto duraría?
Mientras pensaba en éstas y otras cosas, un sonido particular y conocido se hacía
cada vez más fuerte, como si tratara de despertarme... ¡De despertarme!
La alarma sonaba incansable, cumpliendo su trabajo muy puntual
y muy eficiente.
El escenario entonces se hizo un poco más claro, o se enredó más, no sé...
Pero lo que si sabía, era dónde estaba y lo que podía hacer.
Podía decidir. ¿Abrir la puerta y encontrarla, o despertar definitivamente
y escapar de aquel tormento?
Quizá soy un cobarde, pero en conocimiento de este nuevo y mágico poder,
la miré por la rendija de la puerta y, con una sonrisa que no sé
qué quiso decirle, me levanté a preparar el desayuno pues, como todos los días,
en pocos minutos debía ir a trabajar.
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