El teatro de Dios abre sus puertas esta noche para traernos algo más que
guerra, política y conflictos de desigualdad. La función de hoy, con hora de
inicio estimada para las mil novecientas, ha inspirado al mundo entero, desde
Grecia a Transilvania, pasando por China y por Julio Verne. Bufones vestidos
de pájaros anuncian con su canto que esta pronta a comenzar, para todo espectador
(Niños con entrada liberada) y con la mejor ubicación.
En la inmensidad del teatro, camino en dirección a mi hogar. Los últimos vestigios del día
se van tras la orden de los guardias del recinto. Se levanta el telón. Acto Primero. Comienzan a entrar, por
la costa, unas cuántas caras solitarias, que hacen de vigías. Por el norte vienen brujas, dragones y soldados,
todos ellos interpretados por nubes de invierno, amenazadoras y poderosas. Una línea de soldados
desfila en medio del campo; traen las trompetas y tambores que anuncian la llegada inevitable del
combate. Se preparan para la emboscada. A su encuentro salen, bellas y brillantes, muchas señoritas
en la plenitud de sus 19 años, tan jóvenes y frescas. Mi cabeza pasea por los versos de Neruda
mientras mira cómo las coquetas damiselas le guiñan un ojo a los soldados al pasar. ¡Comienzan
a vivir la vida!
Tras los Andes, tímida, asoma sigilosa la princesa de la noche, señora del océano y del romance
de los mortales, fuente del poder de los licántropos, espíritu con forma de pez. Con una hermosura
inefable se dibuja poco a poco su perfecta redondez y su apacible luz comienza a llenar el escenario.
Acto segundo, ¡La traición de Lancelot! El ejército de brujas, dragones y soldados se dispone a
atacar. El viento del norte, comandante de la armada, ruge con voz de trueno y corren los guerreros
a cumplir lo mandado: "¡Esta noche soldados, la luna ha de ser escondida!"
Se espanta, trata de correr... debe llegar al centro del escenario, sólo así podrá ser libre...
La cubren, escapa, aún puede brillar. Cada vez son más las nubes, agresivas y determinadas,
que tratan de opacar la magnificencia de la princesa. Soldados en caballo arremeten y arriesgan su
vida por la causa... lo logran, la apagan. Ella se ahoga, su luz es muy débil, no puede respirar.
¡Ah, cómo añora las noches de verano, donde las estrellas hacen lugar para cederle el paso
libremente por todo el teatro sin obstáculo alguno, y cuchichean entre ellas cuando la ven pasar...
Quizá por envidia, quizá por admiración.
La luna lucha incansablemente, Acto tercero. La luna encuentra un espacio en el cielo. Continúo mi
camino, maravillado del espectáculo. En eso aparece en escena un alto pino, que trata de ayudar a
nuestra dama a embellecer el paisaje y lo logra, pero la contienda es desigual y la luna no descansa,
estocadas van y vienen; brujas ríen y la luna trata de buscar su lugar.
Falta poco para llegar, Acto cuarto. La luna pierde la batalla. Se apaga lentamente entre el cúmulo
de nubes que avasallan su ser. Un momento... ¡Brilla! No ha vencido, sigue escondida tras el ejército
imparable, pero brilla, y su luz omnipotente se sobrepone a la oscuridad de los soldados. El viento brama como si viniera desde el mismo averno, y el ejército no puede. Aún opacada por su inmensa fuerza, la luna
brilla e ilumina el teatro hasta el último rincón. Se retira sin la victoria, sin concederla a su atacante.
El telón baja lentamente, entro a mi hogar. Observo el cielo una vez más y cierro la puerta. Pienso.
Con la muerte del día pienso en la muerte de los vivos, en aquella muerte que llena de llanto a las
personas. Con la muerte del día pienso en el nacimiento de la noche, y en la muerte de los vivos otra vez,
aquella que trasciende más allá del hueso, carne y sangre que se harán polvo, vulnerables al paso del
tiempo que no perdona. Pienso en la muerte de los muertos... ¿Mueren los muertos? Más bien creo que viven. Así como la muerte del día trae inevitablemente el nacimiento de la noche en una espiral eterna,
la muerte de los vivos trae el nacimiento de los muertos. ¿Nacimiento de los muertos?
Sí, el nacimiento de los muertos. Cuando sea el momento de dejar la tierra que me vio nacer y crecer,
pido que se cumpla mi voluntad de portar en el lecho de mis restos mortales el siguiente epitafio:
¿Qué haces aquí? Si he dejado en
esta tierra algo más que huesos,
Este no es el lugar para encontrarlo.
Ve a lo que he hecho, ve a quienes
he conocido, ve donde mis hijos y
donde mis hermanos. Eso no está
muerto, no me lo mataron. Ni con la
distancia, ni con el vil soldado.
Nacen los muertos, y viven como la noche al morir el día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario