Ni el dolor, ni las drogas que lo apagan,
son tan poderosas como el sonido de tu voz,
como las letras de tu nombre o como tu
preocupación.
Desde el infierno mis demonios rugen en la
guerra, dispuestos a acabar con
toda luz que emane de mis cinco (o más)
sentidos.
Mas su ira no es tan grande como el ángel
que exhalas cada vez que respiras, y su ejército
sucumbe ante esa habilidad tuya tan grande
de robarme las sonrisas.
Gracias.
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